Los Centauros *Mito*
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Los Centauros *Mito*
Los centauros, hoy conocidos en la forma de torsos de hombres unidos a cuerpos de caballos, tuvieron diferentes personificaciones en la antigüedad antes de llegar a esta su última caracterización. Empezaron por tener patas y rabo de cabra, con un notable parecido compartido con los sátiros, para ir gradualmente tomando su personalidad definitiva.
También se dividieron los centauros en dos grandes grupos: unos eran pacíficos seres, como el propio rey Quirón, el maestro de arquería Croto, o el bondadoso Folo, hijo de Sileno y una ninfa de los fresnos; mientras que otros, como Aquio, Agrio, Euritión, Eurito, Hileo, Hómado, Orio, Pilenor, etc., no eran tan amistosos. Se dice que todos estos Centauros, nacidos de la extraña unión del precursor Centauros y de las yeguas de Magnesia, eran, en su mayoría, temibles por su bravura nada templada y su fácil furia. Digamos también que estos centauros eran nietos de Ixión y de la misma Néfele que estuvo a punto de ser la responsable de la muerte de su muy querido hijo Frixo. Lo que sí está bien establecido, es que estos centauros, invitados a la celebración de la boda de Pirítoo, el lapita, y de la gentil Deidamia, no supieron soportar los efectos del abundante y fuerte vino que allí se servía y al que no estaban en absoluto acostumbrados. Terminaron tan embriagados, que no supieron contenerse y se lanzaron, siguiendo el ejemplo de Eurito sobre cualquier doncella o muchacho y a todos violaron sin más contemplaciones. Eurito, como jefe de aquel salvaje grupo, tomó a la novia de la boda para sí, violándola para su placer, y dando con ello la señal a sus compañeros centauros, que ebrios sólo esperaban una excusa cualquiera para dispararse en sus excesos. Casi sin poder salir de su espanto, el resto de los invitados se abalanzó sobre los energúmenos, y un grupo fue directamente a atajar la acción del cabecilla Eurito, atacándole con dureza y mutilándole el rostro. En ese momento se desataron los rencores que yacían soterrados entre las dos comunidades, entablándose el primero de los feroces combates entre lapitas y centauros, que terminó en una carnicera y con su apresurada huida. Con el sangriento incidente se abrió también una profunda enemistad entre los dos grupos que ya nunca habría de remitir.
Parece ser que Pirítoo no había invitado a Ares y a su hermana Eride, o discordia, a la fiesta nupcial, porque tenía bien presente lo que ella había hecho en la boda de Tetis y Peleo y quería evitar tan nefasta compañía. Pero esta decisión, que parecía en principio ser sabia, se trastocó en maldición, pues la cruel pareja decidió dar un escarmiento a los novios por su atrevimiento. Eride y Ares fueron así quienes indujeron a los centauros a beber desmesuradamente, hasta que se emborracharon definitivamente, conociendo de sobra que, por su inestable temperamento, poco más necesitaban para aguar la celebración.
Instigados o no por Eride y Ares, y tremendamente irritados por la paliza recibida tras la desbaratada boda de Hipodamia o Deidamia y Pirítoo, los centauros, a los que ni siquiera se les había pasado por su cabeza pedir disculpas por su monstruoso comportamiento para con unos amigos, no pudieron soportar la idea de haber quedado vencidos por los lapitas y volvieron a la carga poco más tarde. Invadieron con sus armas el reino que antes había sido de Ixión y ahora estaba en manos del ultrajado Pirítoo, aunque su reinado no iba a durar mucho más tiempo, puesto que ya se acercaban las huestes de los centauros, auxiliados, según se dice, por los dorios, que tradicionalmente eran enemigos de sus vecinos los lapitas. Esta batalla, mucho más feroz que ningún otro anterior enfrentamiento de los lapitas, terminó con la derrota total de este ejército. Los centauros, satisfechos con su victoria y suficientemente vengados, decidieron echar de allí a los lapitas y quedarse con Fóloe como su nueva capital, mientras los vencidos tomaban el duro camino del exilio.
También se dividieron los centauros en dos grandes grupos: unos eran pacíficos seres, como el propio rey Quirón, el maestro de arquería Croto, o el bondadoso Folo, hijo de Sileno y una ninfa de los fresnos; mientras que otros, como Aquio, Agrio, Euritión, Eurito, Hileo, Hómado, Orio, Pilenor, etc., no eran tan amistosos. Se dice que todos estos Centauros, nacidos de la extraña unión del precursor Centauros y de las yeguas de Magnesia, eran, en su mayoría, temibles por su bravura nada templada y su fácil furia. Digamos también que estos centauros eran nietos de Ixión y de la misma Néfele que estuvo a punto de ser la responsable de la muerte de su muy querido hijo Frixo. Lo que sí está bien establecido, es que estos centauros, invitados a la celebración de la boda de Pirítoo, el lapita, y de la gentil Deidamia, no supieron soportar los efectos del abundante y fuerte vino que allí se servía y al que no estaban en absoluto acostumbrados. Terminaron tan embriagados, que no supieron contenerse y se lanzaron, siguiendo el ejemplo de Eurito sobre cualquier doncella o muchacho y a todos violaron sin más contemplaciones. Eurito, como jefe de aquel salvaje grupo, tomó a la novia de la boda para sí, violándola para su placer, y dando con ello la señal a sus compañeros centauros, que ebrios sólo esperaban una excusa cualquiera para dispararse en sus excesos. Casi sin poder salir de su espanto, el resto de los invitados se abalanzó sobre los energúmenos, y un grupo fue directamente a atajar la acción del cabecilla Eurito, atacándole con dureza y mutilándole el rostro. En ese momento se desataron los rencores que yacían soterrados entre las dos comunidades, entablándose el primero de los feroces combates entre lapitas y centauros, que terminó en una carnicera y con su apresurada huida. Con el sangriento incidente se abrió también una profunda enemistad entre los dos grupos que ya nunca habría de remitir.
Parece ser que Pirítoo no había invitado a Ares y a su hermana Eride, o discordia, a la fiesta nupcial, porque tenía bien presente lo que ella había hecho en la boda de Tetis y Peleo y quería evitar tan nefasta compañía. Pero esta decisión, que parecía en principio ser sabia, se trastocó en maldición, pues la cruel pareja decidió dar un escarmiento a los novios por su atrevimiento. Eride y Ares fueron así quienes indujeron a los centauros a beber desmesuradamente, hasta que se emborracharon definitivamente, conociendo de sobra que, por su inestable temperamento, poco más necesitaban para aguar la celebración.
Instigados o no por Eride y Ares, y tremendamente irritados por la paliza recibida tras la desbaratada boda de Hipodamia o Deidamia y Pirítoo, los centauros, a los que ni siquiera se les había pasado por su cabeza pedir disculpas por su monstruoso comportamiento para con unos amigos, no pudieron soportar la idea de haber quedado vencidos por los lapitas y volvieron a la carga poco más tarde. Invadieron con sus armas el reino que antes había sido de Ixión y ahora estaba en manos del ultrajado Pirítoo, aunque su reinado no iba a durar mucho más tiempo, puesto que ya se acercaban las huestes de los centauros, auxiliados, según se dice, por los dorios, que tradicionalmente eran enemigos de sus vecinos los lapitas. Esta batalla, mucho más feroz que ningún otro anterior enfrentamiento de los lapitas, terminó con la derrota total de este ejército. Los centauros, satisfechos con su victoria y suficientemente vengados, decidieron echar de allí a los lapitas y quedarse con Fóloe como su nueva capital, mientras los vencidos tomaban el duro camino del exilio.
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