Cazadores Oscuros *ARGENTINA*
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La búsqueda del Vellocino de Oro

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Mensaje  Invitado Lun Mar 30, 2009 5:20 pm

Los mitos de Tesalia integran la narración de otra maldición de Hera, de otra intervención de Zeus a favor del inocente castigado, esta vez bajo la forma de un animal, para después pasar a ser el ansiado trofeo que se llamaría Vellocino de Oro, también ésta es la historia que se forma alrededor de los hijos de Atamante, hermano de Sísifo y que va a ser también parte importante en el mito de Jasón. Pues bien, Atamante se casó, según lo ordenado por Hera, con Néfele, una criatura creada por Zeus con la figura de una diosa, pero con una extraña figura, ya que era mitad cuerpo y mitad espíritu. Aún así sirvió bien de esposa a Atamante, puesto que le dio tres hijos, una hija llamada Hele, y dos varones, Frixo y Leuconte. Sin embargo, para Atamante esta paternidad no era suficiente porque no estaba contento con la extraña criatura que parecía ser su esposa sólo por un capricho divino.

Atamante decidió irse con otra mujer, mortal esta vez, con la que tuvo una vida normal. Sin embargo, Néfele, a pesar de ser criatura semi imaginaria, no pudo pasar por alto el abandono de su esposo y se dirigió a contarle a Hera lo ocurrido. Pero además le exigió bastante más que una reconciliación o el regreso del marido. Hera, entonces, aseguró que vengaría la afrenta hecha a una orden suya, haciendo que el máximo castigo cayera sobre Atamante y su descendencia. Néfele quedó más que satisfecha con la promesa de venganza de su patrocinadora e hizo saber en público lo orgullosa que se sentía por el poder que le había delegado Hera en su favor, o, si se prefiere, en contra del infiel esposo.

La cosa es que los hombres que escucharon el relato de la promesa de Hera quedaron preocupados, pues no tenían demasiada confianza en la posible respuesta de Atamante, y además las mujeres preferían a su nueva mujer, a Ino, la hija de Cadmo, el fundador de Tebas. Así que unos y otras no recibieron las palabras de la enojada Néfele con ninguna alegría.

Las mujeres se reunieron para deliberar, y decidieron hacer algo por ellas mismas, sin dejar intervenir a los hombres, que sabían atemorizados ante el poder y el carácter de Atamante. Así que fueron a buscar consejo en Ino, a quien apreciaban mucho más que a la extraña Néfele. Ésta les dijo que tenían que actuar con arreglo a un plan que ella había preparado. Deberían estropear el grano, metiéndolo en el horno, hasta que con el calor quedara seco y estéril, pero sin que nada se pudiera advertir por su aspecto exterior. Tomaron pues el grano destinado a la próxima siembra sin que sus maridos pudieran darse cuenta de la treta. En su momento cuando llegase la hora, los maridos verían que nada salía de la tierra. Asombrados por aquel misterio, irían a Delfos a preguntar al oráculo por la razón de aquel nefasto suceso y el oráculo, debidamente aleccionado por Ino, daría la respuesta, exigiendo un sacrificio de sangre a Zeus para purificar los campos: nada menos que la muerte de Frixo, el varón primogénito de Néfele, para retorcer el deseo de venganza de la esposa abandonada y hacer que fuera en contra de su propia sangre.

Si la larga y complicada argucia de Ino era siniestra, no menos penosas eran las circunstancias por las que estaba pasando la vida de Frixo, acusado por su propia tía Biádice de haberla querido violar, cuando la situación era exactamente la contraria. Era la tía la que perseguía al hermoso joven y este apenas sabía qué hacer para evitarla, y se limitaba a rehuirla constantemente. Pero el infundio sirvió a los hombres del mejor argumento posible para sacrificarlo sin remordimientos, puesto que así encontraban una buena razón para arreglar su problema agrícola con sangre que ya no parecía tan inocente.

Atamante no podía hacer nada tampoco por salvar a su hijo, puesto que todas las bazas estaban definitivamente en su contra. Tomó a su hijo y lo condujo al altar del sacrificio cuando apareció oportunamente el héroe Heracles, el cual quiso saber que era lo que estaba sucediendo ante sus asombrados ojos. Atamante le hizo saber la voluntad supuesta de Apolo, le habló del necesario sacrificio de Frixo a Zeus. Heracles quedó más perplejo todavía al oír lo que se le decía, e hizo saber que a su padre Zeus le desagradaban profundamente las efusiones de sangre, supuestamente en su honor.

Por si no fuera suficiente la oportuna aparición de Heracles, y su apasionado alegato en contra de la muerte ritual y en favor de la joven vida de Frixo, Zeus o Hera, mandaron a Hermes que preparase un vehículo apropiado para sacar al muchacho de aquella situación angustiosa. Hermes se las ingenió para enviar con presteza un alado carnero de oro al rescate de Frixo. El carnero mágico se acercó a Frixo y le llamó para que se subiera en su lomo; éste se subió a él sin perder un segundo. Su hermana Hele también se subió al prodigioso animal, pues no quería quedarse con su obcecado padre, ni quería abandonar al hermano rescatado en el último momento. Con esa carga, el carnero alado voló rápidamente camino de la Cólquide. Al cruzar el estrecho que separa Europa de Asia, la agotada Hele no pudo afianzarse a su montura y cayó al mar, desapareciendo en él, aunque su nombre quedó para siempre unido al lugar de su deceso, pues ese mar se llamaría desde entonces Helesponto como un eterno homenaje a su inútil muerte.

Como era de esperar, Frixo llegó finalmente a su destino, a la Cólquide. Allí se sintió libre y seguro de toda amenaza y quiso dejar constancia de su agradecimiento a las divinidades propicias; el carnero fue sacrificado en honor de Zeus, como agradecimiento por su intervención y su piel de oro quedó allí prendida para la posteridad. De Frixo ya no se suele contar nada más, pero sí de Ino, de Atamante y de los hijos habidos entre ellos, Learco y Melicertes, y del triste fin que esperaba a unos y otros por su participación en la conspiración contra Frixo y también por causa del destino que siempre está en manos de los dioses. Pero esta es otra parte de la leyenda que se no se incluye en el mito del Vellocino de Oro.

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