Dánae *Mito*
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Dánae *Mito*
Amidas es otro de los hijos de Lacedemón y Esparta. Él aparece siempre relacionado con su hermana Eurídice, y con el infortunado efebo Hiacinto. De la primera se dice que fue madre de la bella Dánae, y del segundo cuentan los relatos mitológicos que era un joven tan hermoso que hasta el propio dios Apolo se enamoró de él.
En cuanto a Dánae, se cuenta que el poderoso Zeus, rey del Olimpo, se enamoró de una hermosa joven que vivía encerrada, por expreso deseo de sus progenitores, que habían seguido al pie de la letra las instrucciones del oráculo, en la más inaccesible de las torres del palacio en el que moraba. Otras versiones explicaban que la joven se hallaba recluida en una oscura y húmeda cueva oculta bajo el piso de palacio y a la que únicamente se accedía a través de unas sólidas puertas de bronce que siempre permanecían cerradas.
Sea como fuere, lo cierto es que a la muchacha no le estaba permitido salir de su encierro, ni tampoco podía hablar con persona alguna fuera de su guardián o su carcelero. Cierto día, cuando ya la pena le embargaba hasta lo indecible y se le hacía insoportable su congoja, observó que desde lo alto caía una especie de lluvia fina de color oro, que se introducía por todas las rendijas, y ocupaba todos los rincones de la sala en la que se hallaba cautiva. Su asombro fue en aumento, al obsevar que aquellas diminutas partículas se adherían a todos los poros de su cuerpo y se volvían consistentes hasta formar una especie de figura que a la joven se le antojó divinal. Sirviéndose de tan sofisticado ardid, Zeus había fecundado a la joven Dánae, sin que progenitores ni guardianes pudieran evitarlo. Nunca hubo otra ingeniosa historia de amor de similar catadura y, tal como aseguran los relatos de la época, el fruto de tan peculiar unión fue el famoso héroe Perseo.
En cuanto a Dánae, se cuenta que el poderoso Zeus, rey del Olimpo, se enamoró de una hermosa joven que vivía encerrada, por expreso deseo de sus progenitores, que habían seguido al pie de la letra las instrucciones del oráculo, en la más inaccesible de las torres del palacio en el que moraba. Otras versiones explicaban que la joven se hallaba recluida en una oscura y húmeda cueva oculta bajo el piso de palacio y a la que únicamente se accedía a través de unas sólidas puertas de bronce que siempre permanecían cerradas.
Sea como fuere, lo cierto es que a la muchacha no le estaba permitido salir de su encierro, ni tampoco podía hablar con persona alguna fuera de su guardián o su carcelero. Cierto día, cuando ya la pena le embargaba hasta lo indecible y se le hacía insoportable su congoja, observó que desde lo alto caía una especie de lluvia fina de color oro, que se introducía por todas las rendijas, y ocupaba todos los rincones de la sala en la que se hallaba cautiva. Su asombro fue en aumento, al obsevar que aquellas diminutas partículas se adherían a todos los poros de su cuerpo y se volvían consistentes hasta formar una especie de figura que a la joven se le antojó divinal. Sirviéndose de tan sofisticado ardid, Zeus había fecundado a la joven Dánae, sin que progenitores ni guardianes pudieran evitarlo. Nunca hubo otra ingeniosa historia de amor de similar catadura y, tal como aseguran los relatos de la época, el fruto de tan peculiar unión fue el famoso héroe Perseo.
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