Hera 2da parte (o el epítome de una mujer despechada)
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Hera 2da parte (o el epítome de una mujer despechada)
El enojo de Hera también se hace extensivo a héroes como Heracles, que para los romanos es Hércules. La diosa quiso acabar con su vida por ser hijo de su infiel marido Zeus y de Alcmena. La madre del héroe más fuerte de la antigüedad llamó la atención del rey del Olimpo, además de por su hermosura, por la fidelidad que profesaba a su marido Anfitrión, rey de Tebas. El matrimonio se conoció después de que Anfitrión vengara la muerte de los hermanos de Alcmena y desde entonces ella no lo había traicionado nunca. Por eso Zeus pensó que el mejor plan para conquistarla sería el de adoptar la apariencia de su esposo y mandó que la noche se prolongara por espacio de tres días completos, en los que no se separó de la hermosa mujer.
Cuando Anfitrión volvió para consumar su matrimonio, observó que su bella esposa se comportaba como si hubiera estado con él unos instantes antes. Extrañado por semejante actitud, y después de yacer con ella, se encaminó hacia la morada del adivino Tiresias. El sabio anciano ciego confirmó la sospecha de que su mujer había tenido relaciones con otro hombre, mas lo que no podía sospechar el dolido marido era que la identidad del amante de su esposa no era otro más que Zeus, el rey del Olimpo.
Lo cierto es que Anfitrión, lleno de contenida ira, decidió castigar a Alcmena de forma contundente. Intentó quemarla en una hoguera, sólo que después de varios intentos no consiguió encender fuego alguno, pues, en el momento en que las brasas se disponían a arder, una lluvia torrencial se lo impedía. Al final, este fenómeno meteorológico tan casual hizo pensar al ya menos furioso esposo que era cierto que el dios del trueno y de la lluvia había tenido algo que ver en el desafortunado suceso y perdonó a su mujer.
De los dos gemelos que Alcmena dio a luz, uno fue hijo de Zeus y el otro, que nació una noche después, tuvo por padre a Anfitrión. Sólo sobrevivió uno que, con el tiempo, alcanzaría la categoría de héroe, es decir, Heracles o Hércules, para los romanos.
Desde que fue un bebé el hijo de Alcmena dio pruebas de su fuerza. En este sentido, cuentan las crónicas que Anfitrión puso en el dormitorio de los gemelos dos serpientes con el propósito de conocer la identidad de cada uno de ellos. Mientras el hijo del dios, el héroe Hércules, se enfrentó a los reptiles y los ahogó, el hijo de Anfitrión se arrojó por una ventana.
Otra versión explica que fue la vengativa Hera quien colocó dos enormes serpientes en la alcoba de los gemelos para acabar con el fruto de su propia deshonra. Además, fue esta misma diosa quien impuso a Hércules el castigo conocido por los doce trabajos del héroe. El primero de ellos consistía en estrangular, apenas nacido, a dos serpientes; cosa que hizo Hércules con cierta facilidad. Las restantes once pruebas superadas fueron de tal magnitud que la diosa Hera no pudo por menos que perdonar al héroe Hércules. Incluso le dio a su hija Hebe por esposa.
Sin embargo, el episodio que, tal vez, ha dado más a conocer el genio brusco de Hera es el denominado comúnmente "Juicio de Paris". Homero describe el efecto que causó a la diosa: "tenía en el alma aquel juicio de Paris y la injuria y dura afrenta de su belleza entonces despreciada."
Todo comenzó en la boda de Tetis y Peleo, a la que todos los dioses fueron invitados. Sólo la Discordia o Eride fue excluida de la fiesta, por temor a que trajera consigo los atributos que producían desavenencias y animadversión entre dioses y humanos, ya que, era considerada la provocadora de las guerras.
Lo cierto es que la Discordia, dolida por la marginación a la que se vio sometida, arrojó con despecho y rabia una manzana de oro entre los invitados. Este fruto, tal y como escribió la Discordia, debería ser degustado por “la más hermosa” de las deidades presentes. Algo inocente a simple vista pero que corroboró los atributos de Discordia, dio lugar a la guerra de Troya. En realidad era difícil llegar a un acuerdo cuando entre las invitadas se encontraban las más cualificadas aspirantes: Hera, Afrodita y Atenea.
Por eso se acabó decidiendo que fuera el hijo del rey de Troya, Paris, quien eligiera a la diosa más bella. El joven príncipe, célebre por su destreza en los juegos públicos y también por su belleza, consideró que la más hermosa de las tres diosas era Afrodita. De nada sirvieron las promesas que, a modo de soborno, le habían hecho Atenea y Hera. Ésta le concedía el dominio sobre el universo, aquélla le ponía en contacto con la sabiduría y su poder sobre la ignorancia. Pero Afrodita, la Venus romana, que conocía la debilidad de Paris por la belleza femenina, le prometió que le ayudaría a conseguir a la más hermosa de las mujeres. Ésta no era otra que la esposa de Menelao, es decir, la bella Helena, titular del trono de Esparta y a quien todos consideraban la más bella del mundo. Paris no dudó ni un instante en cuál de las tres ofertas le convenía más; decidió que la manzana de oro debía ser para Afrodita.
El disgusto y la cólera de la diosa Hera no se hicieron esperar; desde ese mismo momento, se enemistó con Paris y Afrodita y, además, se propuso desbaratar los planes que ambos habían maquinado para raptar a Helena. A tal fin, fabricó un fantasma, una imagen similar a la figura real de la bella Helena, y mientras Paris creía haberla seducido, la verdadera Helena viajaba, en compañía de Hermes, hacia tierras egipcias, en donde la custodiaría el rey Proteo.
Mas, según cuentan las crónicas, Paris, ayudado en todo momento por Afrodita, no sólo consiguió raptar a Helena, sino que también se llevó los tesoros que Menelao, el esposo de la bella Helena, tenía guardados en su reino de Esparta. Cuando el engaño y la rapiña fueron descubiertos, Menelao declaró la guerra a Troya y reunió a numerosos y expertos guerreros que zarparon en sesenta naves al mando del gran Agamenón, su hermano y rey de Argos.
Uno de los episodios más destacados de la guerra de Troya será el que enfrentó a Menelao y Paris, en combate cuerpo a cuerpo. A punto estuvo el primero de acabar con el segundo, de no ser por Afrodita que, para salvar a su protegido Paris, provocó una nube de polvo que hizo alejar a Menelao y su ejército del campo de batalla.
Las crecientes infidelidades de Zeus llevarán a Hera a atacar a sus rivales sin vacilar, bien por medio de su poder de seducción o usando cualquier artimaña. Lo mismo jurará sin intención alguna de cumplir con su promesa, que actuará en contra de sus principios por temor a las represalias de su regio esposo.
Hera consiguió con esta actitud labrarse el temor de los mortales, entre los que adquirió fama de castigadora y vengativa. Su furia era tal que alcanzaba hasta los descendientes de quienes aceptaron relacionarse con Zeus. Es significativo, por ejemplo, el caso de Epafo. Sucedió que Zeus, como era costumbre en él, se enamoró de una bella sacerdotisa de Hera, llamada Io, a la que transformó en vaca para que su esposa no sospechara nada de su enamoramiento.
Al principio, Io rechazó una y otra vez los ofrecimientos de Zeus, hasta que una sibila le contó que los oráculos anunciaban que provocaría la cólera del poderoso rey de los dioses y de los hombres si mantenía esta actitud esquiva. Pero además Hera descubrió la estratagema de su esposo y decidió enviar contra la vaca que personificaba a Io un enorme tábano que la picaba persistentemente y la impedía pararse.
La vaca acabó huyendo hacia otras latitudes, según cuentan algunos autores, hacia Egipto por el paso del Bósforo, que significa desde entonces "paso de la vaca". Por fin se paró en un lugar que, una vez que adquirió de nuevo su forma humana, fundó Io con el nombre de Menfis. Allí, a orillas del Nilo, en Egipto, nacería Epafo, hijo de Zeus.
Por su parte, Hera, dolida por no haber podido conseguir sus propósitos, que consistían preferentemente en impedir la consumación de los amores de su esposo, Zeus, con la bella Io, ordenó el rapto del hijo de ambos. Pero Zeus se enfrentó a todos aquellos que intentaron hacer daño a Epafo e hizo huir a sus fallidos secuestradores.
Cuentan las leyendas que Epafo, con el tiempo, fue uno de los célebres reyes del país egipcio.
Existen otras interpretaciones y sentidos del castigo que Hera impuso a Io. Algunas crónicas cuentan que, una vez que la diosa descubrió el romance de Zeus y de Io, intentó con todas sus fuerzas disimular su disgusto y, fingiendo una contenida calma, se dirigió a su esposo Zeus para pedirle como regalo la hermosa vaca que sobresalía entre las demás de sus rebaños.
Al principio, Zeus dudó en acceder a los deseos de su esposa, pero, merced a las dotes de persuasión que caracterizaban a Hera, ésta no tardó en tener a buen recaudo al animal. Al mismo tiempo, encareció a su fiel guardián, Argos Panoptes, que significa el "que todo lo ve", el cuidado de tan preciado regalo. Cuentan las leyendas que Argos tenía muchos ojos y que, por tanto, no había posibilidad de burlar su vigilancia. Sin embargo, el poderoso Zeus, recabó los servicios de un cumplidor mensajero, el despabilado Hermes. Este puso en práctica, con presteza, los planes del poderoso dios para liberar a Io de manos del guardián Argos. Planes que acabaron saliendo bien a pesar de que Argos era un célebre guerrero que se había hecho famoso por dar muerte a un bravo toro que asolaba la región de la Arcadia, por lo que en adelante siempre vestiría con la piel de ese animal, y por acabar también con la vida del horrible monstruo Equidna, hijo del Tártaro, y que habitaba en las cenagosas aguas de la laguna Estigia. A pesar de la resolución que Argos demostró en ambos casos, no pudo, sin embargo, resistir las acometidas impetuosas de Hermes y murió a causa de un fuerte golpe con un canto.
A pesar del disgusto que Hera se llevó, decidió premiar a su fiel servidor y, pacientemente, trasladó todos los ojos de Argos a la cola y a todo el plumaje de un pavo real; con lo que, desde entonces, la belleza de esta ave, consagrada a Hera, resplandece y destaca en colorido y brillo.
Algunos autores explican que el guardián Argos de Panoptes tenía, en realidad, dos ojos mirando hacia delante y dos mirando hacia atrás. Otras versiones, en cambio, hablan de que tenía un solo ojo en la mitad de la frente o, en otros casos, se ampliaba a tres el número de ojos.
También es significativo, con relación a las venganzas de la diosa Hera, el caso de Eaco, más conocido por los diferentes mitólogos, como el juez de los infiernos. Acaso por ello se le suele representar portando una llave y un cetro, atributos que hacen referencia a la legalidad y la justicia.
Todo comenzó el día en que Zeus descubrió la belleza oculta de la hija de Asopo, señor de los manantiales y de los ríos. Desde el mismo momento en que la vio, el dios olímpico se quedó prendado por su belleza y decidió raptarla, como ya había hecho en otros muchos casos. En un principio, Asopo quiso castigar al ladrón de su hija Egina, y enterado por Sísifo de la categoría del ratero, nada menos que el rey del Olimpo, intentó enfrentarse a él. Pero Zeus, sin vacilar, pues respecto a sus caprichos amorosos no admitía imposiciones de nadie, en cuanto tuvo ante sí a su oponente, lo fulminó con su poderoso rayo y obligó, así, a Asopo a retornar al lecho de su cauce. Se dice que, desde entonces, el río de Asopo contiene, en vez de dorada y fina arena, negra carbonilla y oscura cernada.
Resuelto este primer impedimento, Zeus en compañía de la bella Egina, se encaminó hacia la isla de Enone, también conocida con el nombre de Eponia, donde nacería su hijo Eaco. Como en anteriores ocasiones, Hera se enfureció al descubrir que su marido había tenido de nuevo otro hijo con el que inmediatamente se propuso acabar. Para ello envió una enfermedad pestífera sobre la isla y casi de forma fulminante murieron todos sus habitantes. De este modo se quedó Eaco como único habitante de aquel lugar de muerte. Pero como éste pidiera a Zeus que repoblase aquel lugar para, así, tener compañía humana, el poderoso dios transformó a las hormigas que había en la isla en seres humanos. En adelante, los pobladores de la citada isla se llamarían "Mirmidones", palabra que significa "hormiga".
Todos los artistas de la antigüedad se preocuparon de representar a la diosa Hera y la destacaban rodeándola, por lo común, de sus numerosos símbolos, tales como el velo, la lanza, el escudo, la oca, el pavo real, los lirios, la granada y el cuclillo. Por lo general se la representaba cubierta de ropajes, con un manto cayendo sobre sus hombros y mientras que unas veces aparecía de pie como es el caso de la llamada Hera de Samos, encontrada en el Heraión de Samos y que en la actualidad se encuentra en el Louvre, en otras ocasiones se la sentaba en un trono, con un peinado alto o una diadema coronándole la cabellera. Este es el caso de la estatua criselefantina de Policleto, en la que Hera está sentada, con un cetro en una mano y una granada en la otra.
También se erigieron templos en los que el culto a la diosa adquiría sentidos diversos. Por ejemplo, en Argos se levantó uno de los más grandiosos templos de cuantos se habían construido en honor de Hera. Se la adoraba, en numerosas ocasiones, como diosa del matrimonio y, por lo mismo, se la relacionaba con las cualidades morales de la mujer.
Además, una de las colinas de la ciudad de Esparta fue bautizada con el nombre de la célebre diosa. No obstante, las primeras esculturas realizadas en recuerdo y memoria de Hera no gozaban de la calidad artística que, más adelante, lograron conseguir los más afamados escultores griegos. De entre toda la iconografía sobre la diosa Hera cabe destacar la estatua realizada por Policleto, también la denominada "Hera Barberini" y la conocida como "Hera Farnesio". Aparece, en todo caso, representada en monedas y relieves. Y se conservan bustos de su figura en algunos museos de prestigio. El Museo de Nápoles, por ejemplo, guarda entre sus más preciados tesoros una cabeza, tal vez uno de los testimonios más antiguos, de la diosa Hera.
Cuando Anfitrión volvió para consumar su matrimonio, observó que su bella esposa se comportaba como si hubiera estado con él unos instantes antes. Extrañado por semejante actitud, y después de yacer con ella, se encaminó hacia la morada del adivino Tiresias. El sabio anciano ciego confirmó la sospecha de que su mujer había tenido relaciones con otro hombre, mas lo que no podía sospechar el dolido marido era que la identidad del amante de su esposa no era otro más que Zeus, el rey del Olimpo.
Lo cierto es que Anfitrión, lleno de contenida ira, decidió castigar a Alcmena de forma contundente. Intentó quemarla en una hoguera, sólo que después de varios intentos no consiguió encender fuego alguno, pues, en el momento en que las brasas se disponían a arder, una lluvia torrencial se lo impedía. Al final, este fenómeno meteorológico tan casual hizo pensar al ya menos furioso esposo que era cierto que el dios del trueno y de la lluvia había tenido algo que ver en el desafortunado suceso y perdonó a su mujer.
De los dos gemelos que Alcmena dio a luz, uno fue hijo de Zeus y el otro, que nació una noche después, tuvo por padre a Anfitrión. Sólo sobrevivió uno que, con el tiempo, alcanzaría la categoría de héroe, es decir, Heracles o Hércules, para los romanos.
Desde que fue un bebé el hijo de Alcmena dio pruebas de su fuerza. En este sentido, cuentan las crónicas que Anfitrión puso en el dormitorio de los gemelos dos serpientes con el propósito de conocer la identidad de cada uno de ellos. Mientras el hijo del dios, el héroe Hércules, se enfrentó a los reptiles y los ahogó, el hijo de Anfitrión se arrojó por una ventana.
Otra versión explica que fue la vengativa Hera quien colocó dos enormes serpientes en la alcoba de los gemelos para acabar con el fruto de su propia deshonra. Además, fue esta misma diosa quien impuso a Hércules el castigo conocido por los doce trabajos del héroe. El primero de ellos consistía en estrangular, apenas nacido, a dos serpientes; cosa que hizo Hércules con cierta facilidad. Las restantes once pruebas superadas fueron de tal magnitud que la diosa Hera no pudo por menos que perdonar al héroe Hércules. Incluso le dio a su hija Hebe por esposa.
Sin embargo, el episodio que, tal vez, ha dado más a conocer el genio brusco de Hera es el denominado comúnmente "Juicio de Paris". Homero describe el efecto que causó a la diosa: "tenía en el alma aquel juicio de Paris y la injuria y dura afrenta de su belleza entonces despreciada."
Todo comenzó en la boda de Tetis y Peleo, a la que todos los dioses fueron invitados. Sólo la Discordia o Eride fue excluida de la fiesta, por temor a que trajera consigo los atributos que producían desavenencias y animadversión entre dioses y humanos, ya que, era considerada la provocadora de las guerras.
Lo cierto es que la Discordia, dolida por la marginación a la que se vio sometida, arrojó con despecho y rabia una manzana de oro entre los invitados. Este fruto, tal y como escribió la Discordia, debería ser degustado por “la más hermosa” de las deidades presentes. Algo inocente a simple vista pero que corroboró los atributos de Discordia, dio lugar a la guerra de Troya. En realidad era difícil llegar a un acuerdo cuando entre las invitadas se encontraban las más cualificadas aspirantes: Hera, Afrodita y Atenea.
Por eso se acabó decidiendo que fuera el hijo del rey de Troya, Paris, quien eligiera a la diosa más bella. El joven príncipe, célebre por su destreza en los juegos públicos y también por su belleza, consideró que la más hermosa de las tres diosas era Afrodita. De nada sirvieron las promesas que, a modo de soborno, le habían hecho Atenea y Hera. Ésta le concedía el dominio sobre el universo, aquélla le ponía en contacto con la sabiduría y su poder sobre la ignorancia. Pero Afrodita, la Venus romana, que conocía la debilidad de Paris por la belleza femenina, le prometió que le ayudaría a conseguir a la más hermosa de las mujeres. Ésta no era otra que la esposa de Menelao, es decir, la bella Helena, titular del trono de Esparta y a quien todos consideraban la más bella del mundo. Paris no dudó ni un instante en cuál de las tres ofertas le convenía más; decidió que la manzana de oro debía ser para Afrodita.
El disgusto y la cólera de la diosa Hera no se hicieron esperar; desde ese mismo momento, se enemistó con Paris y Afrodita y, además, se propuso desbaratar los planes que ambos habían maquinado para raptar a Helena. A tal fin, fabricó un fantasma, una imagen similar a la figura real de la bella Helena, y mientras Paris creía haberla seducido, la verdadera Helena viajaba, en compañía de Hermes, hacia tierras egipcias, en donde la custodiaría el rey Proteo.
Mas, según cuentan las crónicas, Paris, ayudado en todo momento por Afrodita, no sólo consiguió raptar a Helena, sino que también se llevó los tesoros que Menelao, el esposo de la bella Helena, tenía guardados en su reino de Esparta. Cuando el engaño y la rapiña fueron descubiertos, Menelao declaró la guerra a Troya y reunió a numerosos y expertos guerreros que zarparon en sesenta naves al mando del gran Agamenón, su hermano y rey de Argos.
Uno de los episodios más destacados de la guerra de Troya será el que enfrentó a Menelao y Paris, en combate cuerpo a cuerpo. A punto estuvo el primero de acabar con el segundo, de no ser por Afrodita que, para salvar a su protegido Paris, provocó una nube de polvo que hizo alejar a Menelao y su ejército del campo de batalla.
Las crecientes infidelidades de Zeus llevarán a Hera a atacar a sus rivales sin vacilar, bien por medio de su poder de seducción o usando cualquier artimaña. Lo mismo jurará sin intención alguna de cumplir con su promesa, que actuará en contra de sus principios por temor a las represalias de su regio esposo.
Hera consiguió con esta actitud labrarse el temor de los mortales, entre los que adquirió fama de castigadora y vengativa. Su furia era tal que alcanzaba hasta los descendientes de quienes aceptaron relacionarse con Zeus. Es significativo, por ejemplo, el caso de Epafo. Sucedió que Zeus, como era costumbre en él, se enamoró de una bella sacerdotisa de Hera, llamada Io, a la que transformó en vaca para que su esposa no sospechara nada de su enamoramiento.
Al principio, Io rechazó una y otra vez los ofrecimientos de Zeus, hasta que una sibila le contó que los oráculos anunciaban que provocaría la cólera del poderoso rey de los dioses y de los hombres si mantenía esta actitud esquiva. Pero además Hera descubrió la estratagema de su esposo y decidió enviar contra la vaca que personificaba a Io un enorme tábano que la picaba persistentemente y la impedía pararse.
La vaca acabó huyendo hacia otras latitudes, según cuentan algunos autores, hacia Egipto por el paso del Bósforo, que significa desde entonces "paso de la vaca". Por fin se paró en un lugar que, una vez que adquirió de nuevo su forma humana, fundó Io con el nombre de Menfis. Allí, a orillas del Nilo, en Egipto, nacería Epafo, hijo de Zeus.
Por su parte, Hera, dolida por no haber podido conseguir sus propósitos, que consistían preferentemente en impedir la consumación de los amores de su esposo, Zeus, con la bella Io, ordenó el rapto del hijo de ambos. Pero Zeus se enfrentó a todos aquellos que intentaron hacer daño a Epafo e hizo huir a sus fallidos secuestradores.
Cuentan las leyendas que Epafo, con el tiempo, fue uno de los célebres reyes del país egipcio.
Existen otras interpretaciones y sentidos del castigo que Hera impuso a Io. Algunas crónicas cuentan que, una vez que la diosa descubrió el romance de Zeus y de Io, intentó con todas sus fuerzas disimular su disgusto y, fingiendo una contenida calma, se dirigió a su esposo Zeus para pedirle como regalo la hermosa vaca que sobresalía entre las demás de sus rebaños.
Al principio, Zeus dudó en acceder a los deseos de su esposa, pero, merced a las dotes de persuasión que caracterizaban a Hera, ésta no tardó en tener a buen recaudo al animal. Al mismo tiempo, encareció a su fiel guardián, Argos Panoptes, que significa el "que todo lo ve", el cuidado de tan preciado regalo. Cuentan las leyendas que Argos tenía muchos ojos y que, por tanto, no había posibilidad de burlar su vigilancia. Sin embargo, el poderoso Zeus, recabó los servicios de un cumplidor mensajero, el despabilado Hermes. Este puso en práctica, con presteza, los planes del poderoso dios para liberar a Io de manos del guardián Argos. Planes que acabaron saliendo bien a pesar de que Argos era un célebre guerrero que se había hecho famoso por dar muerte a un bravo toro que asolaba la región de la Arcadia, por lo que en adelante siempre vestiría con la piel de ese animal, y por acabar también con la vida del horrible monstruo Equidna, hijo del Tártaro, y que habitaba en las cenagosas aguas de la laguna Estigia. A pesar de la resolución que Argos demostró en ambos casos, no pudo, sin embargo, resistir las acometidas impetuosas de Hermes y murió a causa de un fuerte golpe con un canto.
A pesar del disgusto que Hera se llevó, decidió premiar a su fiel servidor y, pacientemente, trasladó todos los ojos de Argos a la cola y a todo el plumaje de un pavo real; con lo que, desde entonces, la belleza de esta ave, consagrada a Hera, resplandece y destaca en colorido y brillo.
Algunos autores explican que el guardián Argos de Panoptes tenía, en realidad, dos ojos mirando hacia delante y dos mirando hacia atrás. Otras versiones, en cambio, hablan de que tenía un solo ojo en la mitad de la frente o, en otros casos, se ampliaba a tres el número de ojos.
También es significativo, con relación a las venganzas de la diosa Hera, el caso de Eaco, más conocido por los diferentes mitólogos, como el juez de los infiernos. Acaso por ello se le suele representar portando una llave y un cetro, atributos que hacen referencia a la legalidad y la justicia.
Todo comenzó el día en que Zeus descubrió la belleza oculta de la hija de Asopo, señor de los manantiales y de los ríos. Desde el mismo momento en que la vio, el dios olímpico se quedó prendado por su belleza y decidió raptarla, como ya había hecho en otros muchos casos. En un principio, Asopo quiso castigar al ladrón de su hija Egina, y enterado por Sísifo de la categoría del ratero, nada menos que el rey del Olimpo, intentó enfrentarse a él. Pero Zeus, sin vacilar, pues respecto a sus caprichos amorosos no admitía imposiciones de nadie, en cuanto tuvo ante sí a su oponente, lo fulminó con su poderoso rayo y obligó, así, a Asopo a retornar al lecho de su cauce. Se dice que, desde entonces, el río de Asopo contiene, en vez de dorada y fina arena, negra carbonilla y oscura cernada.
Resuelto este primer impedimento, Zeus en compañía de la bella Egina, se encaminó hacia la isla de Enone, también conocida con el nombre de Eponia, donde nacería su hijo Eaco. Como en anteriores ocasiones, Hera se enfureció al descubrir que su marido había tenido de nuevo otro hijo con el que inmediatamente se propuso acabar. Para ello envió una enfermedad pestífera sobre la isla y casi de forma fulminante murieron todos sus habitantes. De este modo se quedó Eaco como único habitante de aquel lugar de muerte. Pero como éste pidiera a Zeus que repoblase aquel lugar para, así, tener compañía humana, el poderoso dios transformó a las hormigas que había en la isla en seres humanos. En adelante, los pobladores de la citada isla se llamarían "Mirmidones", palabra que significa "hormiga".
Todos los artistas de la antigüedad se preocuparon de representar a la diosa Hera y la destacaban rodeándola, por lo común, de sus numerosos símbolos, tales como el velo, la lanza, el escudo, la oca, el pavo real, los lirios, la granada y el cuclillo. Por lo general se la representaba cubierta de ropajes, con un manto cayendo sobre sus hombros y mientras que unas veces aparecía de pie como es el caso de la llamada Hera de Samos, encontrada en el Heraión de Samos y que en la actualidad se encuentra en el Louvre, en otras ocasiones se la sentaba en un trono, con un peinado alto o una diadema coronándole la cabellera. Este es el caso de la estatua criselefantina de Policleto, en la que Hera está sentada, con un cetro en una mano y una granada en la otra.
También se erigieron templos en los que el culto a la diosa adquiría sentidos diversos. Por ejemplo, en Argos se levantó uno de los más grandiosos templos de cuantos se habían construido en honor de Hera. Se la adoraba, en numerosas ocasiones, como diosa del matrimonio y, por lo mismo, se la relacionaba con las cualidades morales de la mujer.
Además, una de las colinas de la ciudad de Esparta fue bautizada con el nombre de la célebre diosa. No obstante, las primeras esculturas realizadas en recuerdo y memoria de Hera no gozaban de la calidad artística que, más adelante, lograron conseguir los más afamados escultores griegos. De entre toda la iconografía sobre la diosa Hera cabe destacar la estatua realizada por Policleto, también la denominada "Hera Barberini" y la conocida como "Hera Farnesio". Aparece, en todo caso, representada en monedas y relieves. Y se conservan bustos de su figura en algunos museos de prestigio. El Museo de Nápoles, por ejemplo, guarda entre sus más preciados tesoros una cabeza, tal vez uno de los testimonios más antiguos, de la diosa Hera.
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