Ares, el dios de la guerra
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Ares, el dios de la guerra
Ares
El dios de la guerra, Ares es el más terrible de todos los habitantes del Olimpo por su afición a los combates y a la destrucción. Ares, hijo de Zeus y de Hera, es un personaje muy poco querido por sus iguales, ya que se mete constantemente en enfrentamientos humanos en los que parece que lo único que le atrae es la lucha. Ares combate siempre que encuentra ocasión contra un enemigo cualquiera, sin buscar razón, más complacido por tener ocasión de hacer gala de su poder que por sentirse unido a cualquiera de las facciones en guerra. Por esa crueldad, los compañeros de la divinidad le odian sin reservas y algunos, como Atenea, demuestran, cuando tienen ocasión, que es un dios vulnerable, porque no sólo carece de razón, sino porque su inteligencia también está cegada por la crueldad.
Zeus y Hera fueron los padres de Ares y de su hermana gemela en todo Eride. Aunque hay alguna que otra leyenda, que no ha sido admitida por los mitólogos ortodoxos, que cita a la casta Atenea como madre partenogenética de Ares, es decir, producto de una gestación en la que el óvulo se desarrolla sin haber sido fecundado. Aparte de esta versión, el caso es que los narradores clásicos aseguran que Zeus y Hera pronto se arrepintieron de haber traído al Olimpo a semejantes gemelos. Homero afirmaba que el celestial matrimonio tuvo que aborrecer a su hijo, porque, este dios demuestra con un surtido número de ejemplos que aparecen en “La Ilíada” que es un ser despreciable tanto por sus hechos, como por sus pasiones bélicas, hasta el punto de quedar en entredicho ante los dioses y los más humildes mortales.
Sólo que Zeus y Hera tienen más hijos, además de Ares, de los que tampoco se sienten orgullosos. Muestra de ello son Hebe y Hefesto. Aunque en esta afirmación habría que tener en cuenta que hay algunos autores que aseguran que Hefesto, el herrero de los dioses y amigo de los fuegos de las entrañas de la tierra, sólo era hijo de Hera y no de Zeus.
Pero además, este rechazo que se observa en los padres, es también extensivo a las demás deidades del Olimpo. Los únicos con los que Ares tiene relación, aunque de una forma extraña, son Afrodita y Hades. A la diosa le unía una irregular pasión y a Hades un perverso sentido de agradecimiento profesional, ya que este dios del mundo subterráneo se mostraba siempre agradecido por los continuos envíos de muertos en combates que Ares le proporcionaba sin cesar, ya que entre los quehaceres de Hades se encontraba la gestión de los negocios de ultratumba.
Si Ares no gozó ni siquiera del cariño de sus padres y mucho menos de la comprensión de alguno de sus múltiples compañeros del Olimpo, su hermana Eris o Eride tampoco le animó a que lo intentara. De hecho, los griegos colocan a su gemela en la misma escala de malicia que a Ares. Ella es la que crea las numerosas desavenencias entre los dioses y los humanos, ya que Eris o Eride es la diosa que representa la discordia.
Su tarea es la elaboración de rumores, de inquinas, de celos. Su trabajo consiste en hacer que las malas artes de su imaginación y su experiencia creen esos mensajes voluntariamente envenenados que se transforman en causas remotas de las guerras y de los odios, como semillas bien colocadas por la malsana habilidad de la siempre presente hermana. Uno de los ejemplos más conocidos de estas artimañas es la que utiliza para acabar provocando la guerra de Troya. Todo comienza con la boda del mortal Peleo con Tetis, ninfa marina. Supuso todo un acontecimiento entre los moradores del Olimpo porque un oráculo había anunciado que Tetis tendría un hijo más glorioso que su padre: Aquiles, el mejor de los guerreros griegos. Ofendida por no haber recibido invitación para la boda, la diosa Eris o Eride envió una manzana de oro al banquete nupcial, con la siguiente inscripción: “para la más bella”. La discordia estaba sembrada, ya que en el banquete se encontraban nada más y nada menos que Atenea, Hera y Afrodita y, por supuesto, las tres se autoproclaman vencedoras de la competición. Así que Zeus decide designar a Paris, hijo del rey de Troya, para que juzgue quien es la más bella. Atenea le promete a Paris sabiduría y la victoria en la guerra si gana ella, Hera el poder real y Afrodita la mujer más bella del mundo. El atractivo Paris elige a Afrodita y, en consecuencia, Troya se hace acreedora de la eterna enemistad de Atenea y Hera. El premio que obtiene Paris es Helena, hija de Leda y Zeus y esposa de Menelao, rey de Esparta. Adonde acude Paris en calidad de huésped de honor, para después, con la ayuda de Afrodita, fugarse con Helena a Troya. La venganza por el rapto de Helena causará la conocida guerra.
Pero además se darán casos en los que Ares hará todo lo posible para aumentar el daño causado por su hermana Eris o Eride como si se tratara de un inocente juego entre hermanos. Sólo que los gemelos, una vez que han crecido, tienen sus propios hijos que también siguen su misma trayectoria. El siniestro grupo de sus hijos respectivos está formado por Enio, la hija de Eride, divinidad de la guerra, y los dos hijos varones de Ares, que además son escuderos de Enio: Deimos, personificación del espanto y Fobos, representación del miedo.
Hay que decir que tan mala era la fama de los hermanos guerreros Ares y Eride, que los griegos adjudicaban a la pareja un origen tracio para subrayar que se trataba de dioses propios de esta lejana comarca rústica y primitiva. Era como si con ello quisieran evitar la responsabilidad de aceptar en el Olimpo a unas divinidades tan poco afortunadas, tan poco dignas de ser atenienses.
Una vez aclarado el mito que explica el origen de la guerra de Troya al hablar de la figura de la hermana de Ares, Eris o Eride, cabría aclarar que en realidad sí existió la ciudad de Troya y además los griegos creen en la presencia mitológica de Ares en su guerra. Puede decirse, por tanto, que la narración inicialmente sólo se consideró como un mito, hasta que hace poco se descubrió que Troya existió realmente.
Tras el revelador descubrimiento que situaba la ciudad a orillas del Helesponto, se multiplicaron los estudiosos que analizaron a fondo los mitos clásicos con el fin de llegar a su esencia, tal y como hizo Robert Graves. Este historiador es uno de los más destacados estudiosos que han coincidido en que toda la mitología básica helenística es una interpretación de la historia no escrita de los diversos pueblos que formaron parte de Grecia. Los estudiosos llegan a la conclusión de que Troya era una ciudad próspera y excelentemente situada, un enclave perfecto para el comercio entre los dos lados de la embocadura del Mar Negro, es decir, entre Europa y Asia y, de ahí que también fuera un punto estratégico, codiciado por distintas etnias y tribus.
Además se han descubierto diez ruinas diferentes de Troya, superpuestas, y todas ellas son una muestra de los conflictos originados por su posesión y control. Concretamente la Troya de la que habla "La Ilíada" debe ser la que corresponde a la séptima capa de restos. Por eso, puede decirse sin lugar a dudas que la guerra de Troya que nos cuentan Homero, Esquilo, Eurípides, Apolodoro, Sófocles y, desde Roma, Virgilio, es un hecho cierto, aunque su narración se haya maquillado con distintos afeites de ejemplaridad, crueldad, heroicidad o absurdo. Además con la séptima destrucción de Troya, Atenas obtiene la hegemonía sobre el comercio del Mar Negro y los griegos se aseguraron el poder total sobre esa zona de influencia. Aunque, paradójicamente, hay que tener en cuenta que el dios griego de la guerra, Ares, no salió bien librado del relato en el que supuestamente los griegos obtenían una gran victoria; antes bien, al contrario, esta guerra se muestra desde el prisma de su sinrazón, sobre todo en las palabras de Eurípides, que viene a recalcar el monstruoso concepto de la lucha entre los seres humanos y califica de absurdas e innecesarias las muertes de soldados y civiles, no sólo en el caso troyano, sino en cualesquiera otra guerra que se haya conocido o se vaya a conocer en el futuro. También Homero trata, en "La Ilíada", con especial desprecio al nada estimado dios Ares y no duda, ni un segundo, en calificarlo como un personaje ignominioso, que desconoce la piedad para los demás y no es capaz de atenerse a la misma regla cuando las tornas se vuelven en su contra. En concreto, para Homero, Ares no deja de ser un homicida, un personaje que está bañado en la sangre de sus víctimas, al que todos los hombres dedican sus justificadas maldiciones, porque en el fondo es un dios cobarde en el combate, que prefiere la huida a responder del daño causado.
Ares mantuvo con la bella Afrodita una extraña relación, ya que les unía un sentimiento de pasión y odio. Uno de los momentos de mayor atracción se produce cuando el matrimonio de Afrodita con el deforme Hefesto está en su declive. Hasta entonces Hefesto era el orgulloso marido de la hermosa entre las hermosas, pero quiso el destino que, para la desgracia del laborioso y bondadoso Hefesto, Ares se prendase de Afrodita y que ésta le correspondiese. Su idilio duró tanto que la paternidad de los tres hijos habidos durante el matrimonio con Hefesto correspondía en realidad a Ares. Estos hijos eran Deimos y Fobos, los dos escuderos que acompañaban a Ares en las batallas, y la gentil Armonía.
Pero el adulterio terminó por descubrirse por un exceso de confianza de la irregular pareja. Helios, el dios del sol, sorprendió a los amantes durmiendo tranquilamente, a la luz del amanecer y se lo contó a Hefesto. El marido burlado reaccionó de un modo muy peculiar. En lugar de salir airado a su encuentro, ideó un plan para sorprenderlos juntos. Elaboró en su fragua una red de metal, fina y tan resistente que ni el temible Ares la pudiera romper, y la colocó en el lecho de su hogar. Pero además, para asegurarse del extraño triunfo de su trampa, Hefesto hizo saber a Afrodita que iba a pasar un extenso período de tiempo fuera de casa, en la isla de Lemnos. Naturalmente, la infiel esposa se alegró de la singular ocasión de gozar sin prisas de la compañía de su amante Ares y, tan pronto se hubo marchado el marido, llamó a su lado al adúltero dios.
La red no tardó en dispararse sobre los desnudos cuerpos de los amantes. Tal y como los encontró a su regreso a casa Hefesto, que, sin perder tiempo en consideraciones, mandó reunir al tribunal excepcional de los dioses. Las diosas no quisieron saber nada de este caso tan embarazoso y dejaron que los varones fueran los que vieran y decidieran cómo terminar con aquella disputa. Hefesto pedía la disolución del matrimonio y la devolución de lo que había pagado a Zeus por su hija, mientras que este poderoso dios no quería saber nada de repudios y tampoco estaba nada contento con el método público empleado por su yerno. Lógicamente el también infiel Zeus pensaba que estas crisis se debían discutir dentro del ámbito familiar.
Mientras tanto, los dioses, viendo el cuerpo desnudo de Afrodita, hacían comentarios irónicos sobre la excelente suerte de Ares e incluso Hermes y Apolo afirmaron que valía la pena sufrir ese bochorno con tal de acostarse con la bella diosa. Por fin Posidón, harto del espectáculo y de lo que estaba oyendo, propuso que Ares restituyese la dote pagada por Hefesto para recuperar su libertad, y en caso de que éste se negara, algo que el marido temía, se mostró dispuesto a hacerlo él mismo si así podía casarse con Afrodita. Naturalmente, Ares no pagó nada por su libertad y Afrodita, cansada de su acompañante, decidió probar nuevas aventuras ahora que tenía encandilados a buena parte de aquellos dioses que la habían visto en todo su esplendor.
Mucho tiempo después del episodio en el que Hefesto pone a la vista de todos los dioses la relación adúltera de su esposa Afrodita con Ares y cuando esta diosa conocida como la hermosa entre las hermosas ya ha pasado muchas noches en otros muchos lechos de los cielos y la tierra, Afrodita volverá a encontrarse con Ares, pero esta vez no será la pasión lo que les una, sino más bien los violentos celos de Ares. Todo comienza cuando Perséfone, la hija de la diosa Deméter y además reina de los infiernos, dolida por algo muy grave que Afrodita había hecho con su adorado Adonis, se le ocurrió que podía resarcir su ofensa contándole a Ares que la diosa del amor estaba mucho más enamorada del bello y mortal Adonis que de él.
Cuentan algunos autores que Afrodita previno al joven y guapo cazador Adonis de los peligros de la caza, pero su osadía le hizo seguir yendo a los bosques. Allí fue donde Ares decidió acabar con los celos que sentía por la relación de Afrodita con su atractivo amante. Su furia lo arrastró a tomar la forma de un jabalí y, bajo este aspecto, encaminarse al monte Líbano, en donde Adonis estaba cazando, en compañía de Afrodita. Los amantes disfrutaban de su apasionada relación sin imaginar el triste fin que Ares iba a dar a sus días de esplendor. A la primera acometida del jabalí, Adonis fue acribillado por los colmillos terribles del animal encelado y su sangre regó los campos del monte, haciendo nacer anémonas tan rojas como ella.
Sin embargo, a pesar de esta acción tan dramática, Ares no consiguió acabar con el amor entre Afrodita y Adonis, muy al contrario, puesto que la diosa logró que, gracias a la compasión de su padre Zeus, el infeliz amante resucitara todos los estíos, dejara las tinieblas del Tártaro y pasara los seis mejores meses del año, los más cálidos y apetecibles del verano griego, en la amorosa compañía de Afrodita.
Como siempre, Ares terminaba por darse cuenta de que la fortuna operaba en favor de sus rivales y volvía a comprobar otra vez más que por acciones tan despiadadas como acabar cruelmente con Adonis tanto él como su hermana Eris o Eride encontraban un voto de condena entre sus divinos compañeros del Olimpo. Tanto es así que en la única ocasión en la que Ares se somete al tribunal de los pares es porque es acusado de asesinato por ese mismo tribunal, no porque él quiera llevar sus asuntos a la magistratura divina.
Aunque el desarrollo del juicio es un asunto que no ha quedado del todo clarificado en la historia de la mitología, el caso es que el muerto fue el joven Halirrotio, un hijo de Posidón. Supuestamente Halirrotio había violado a Alcípe, hija de Ares y éste había decidido tomarse la justicia por su mano matando al violador de su hija. La conclusión de la causa abierta contra el violento dios no podía ser otra que la absolución, puesto que el fallecido no podía presentarse a refutar la alegación y ni el padre vengador ni la hija violada iban a contradecirse.
Nunca más pasó Ares por una corte de justicia olímpica, ni para reclamar derechos ni para buscar compensaciones a daños o lesiones, ya que él no era de los que trataban de buscar arbitraje, sino más bien hacían todo lo posible por imponer su especial forma de ver la realidad, con las armas en primer plano y la muerte ajena como gran aliciente.
Invitado- Invitado
Re: Ares, el dios de la guerra
Hipodamia era la muy querida hija del rey Enómao de Pisa, en la Elida. La princesa debía ser atractiva, además de deseable por su alcurnia y posición, puesto que eran muchos los osados pretendientes que se arriesgaban a enfrentarse a una dura prueba impuesta por el rey. Una prueba que además acababa con la inapelable condena a muerte de aquel que perdiese. Quizá por esta falta de escrúpulos por las vidas ajenas, aunque tampoco ha quedado claro que ésta sea la verdadera razón, el rey Enómao había recibido un obsequio muy especial de su amigo el violento Ares. El regalo era una pareja de caballos imbatibles.
Únicamente la llegada de Pélope a la Elida pudo terminar con las derrotas mortales. Pélope era el hijo de Tántalo, a quien su propio padre intentó ofrecer como manjar insultante a los dioses. Dicho propósito hizo que Tántalo fuera castigado eternamente a no poder acceder ni a la comida y ni a la bebida que se encontraba cerca de él, mientras que el inocente Pélope era devuelto a la vida por las deidades, tras ser recompuesto casi en su totalidad. Tras el incidente, el joven protegido de los dioses llegó hasta las tierras de Enómao, donde se quedó prendado de la bella Hipodamia. Como era habitual, el rey lo desafió a la mortal carrera y el joven, sintiéndose acompañado por la buena voluntad divina, aceptó el desafío. Hay quienes dicen que la causa del triunfo de Pélope fue que contaba con unos caballos que le había regalado Posidón, aún mejores que los de Ares; sin embargo, hay otros que prefieren la versión que asegura que fue el amor que sintió Hipodamia por Pélope el que motivó que la princesa decidiera terminar con la saña de su padre, el rey Enómao, que se negaba a aceptar la posibilidad de ocupar el papel de suegro. Según esta última versión Hipodamia pergeñó una solución definitiva a su problema, hizo que sobornasen a Mirtilo, caballerizo del rey, para que atentara contra Enómao, dejando el eje del carro real casi partido por la mitad. La carrera comenzó y el carro real se quedó en la estacada, con ninguna posibilidad de llegar, aunque fuera el último, a cruzar la meta. Para rematar la historia, se cuenta que Pélope dio muerte a Mirtelo, no sin que éste le maldijera antes de morir.
Resulta trágico que Mirtilo muriese a manos de quien él había ayudado a vivir, pero esto se puede incluir como uno más de los desafortunados hechos que tradicionalmente han definido la desgracia de toda la estirpe de Tántalo. Además, falta decir que el sanguinario e implacable dios del sufrimiento ajeno, Ares, también salió malparado en el suceso aunque sólo fuera por ser un cómplice más de las hasta entonces victorias de su amigo Enómao. Y, por eso, los griegos colocaban el regalo de Ares en un lugar prominente de la leyenda de Hipodamia, como muestra de la clase de individuo celestial que era el dios propio de las guerras.
Únicamente la llegada de Pélope a la Elida pudo terminar con las derrotas mortales. Pélope era el hijo de Tántalo, a quien su propio padre intentó ofrecer como manjar insultante a los dioses. Dicho propósito hizo que Tántalo fuera castigado eternamente a no poder acceder ni a la comida y ni a la bebida que se encontraba cerca de él, mientras que el inocente Pélope era devuelto a la vida por las deidades, tras ser recompuesto casi en su totalidad. Tras el incidente, el joven protegido de los dioses llegó hasta las tierras de Enómao, donde se quedó prendado de la bella Hipodamia. Como era habitual, el rey lo desafió a la mortal carrera y el joven, sintiéndose acompañado por la buena voluntad divina, aceptó el desafío. Hay quienes dicen que la causa del triunfo de Pélope fue que contaba con unos caballos que le había regalado Posidón, aún mejores que los de Ares; sin embargo, hay otros que prefieren la versión que asegura que fue el amor que sintió Hipodamia por Pélope el que motivó que la princesa decidiera terminar con la saña de su padre, el rey Enómao, que se negaba a aceptar la posibilidad de ocupar el papel de suegro. Según esta última versión Hipodamia pergeñó una solución definitiva a su problema, hizo que sobornasen a Mirtilo, caballerizo del rey, para que atentara contra Enómao, dejando el eje del carro real casi partido por la mitad. La carrera comenzó y el carro real se quedó en la estacada, con ninguna posibilidad de llegar, aunque fuera el último, a cruzar la meta. Para rematar la historia, se cuenta que Pélope dio muerte a Mirtelo, no sin que éste le maldijera antes de morir.
Resulta trágico que Mirtilo muriese a manos de quien él había ayudado a vivir, pero esto se puede incluir como uno más de los desafortunados hechos que tradicionalmente han definido la desgracia de toda la estirpe de Tántalo. Además, falta decir que el sanguinario e implacable dios del sufrimiento ajeno, Ares, también salió malparado en el suceso aunque sólo fuera por ser un cómplice más de las hasta entonces victorias de su amigo Enómao. Y, por eso, los griegos colocaban el regalo de Ares en un lugar prominente de la leyenda de Hipodamia, como muestra de la clase de individuo celestial que era el dios propio de las guerras.
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